sábado, 12 de enero de 2013

'Mmmm...'

Noto levemente las yemas de sus dedos por mi nuca, acaricia las vertebras de mi espalda una a una haciendo que mi vello se erice. Siento un leve escalofrío cuando llega a la mitad de mi columna pero dejo que siga con sus muestras de amor, ¿quién lo diría? ¿quién imaginaría que él me mostraría su amor y que yo sería la que no hace nada?
Deja mi espalda para centrarse en mi cuello, al posar sus labios en él hace que apriete los labios y cierre los ojos con fuerza sin que mi acompañante note nada, aunque sabe que eso no debe hacerlo sigue con ello, jugueteando como un niño cuando le niegas algo. Poco a poco abro los ojos, permitiendo que su mirada se pose en la mía, esos ojos castaños que me encantan me miran y sonríen. Si, sonríen los ojos porque saben que hacen cosas que no debe, que están sobrepasando el límite, pero les da igual, son furtivos. Cuando aparto la vista de aquellos penetrantes ojos puedo ver la habitación, blanca y serena, relajante. Al mirar por la ventana las vistas me enamoran casi como él, un pequeño pueblo que desemboca en un río, el paisaje también es tranquilizador, creo que viviría horas delante de esa ventana, pero prefiero no decir nada.
Un pequeño sonido parecido a un 'Mmmm...' sustituye al buenos días, el chico lo nota y me da un beso para contestarme con sus 'buenos días', creo que no me movería de allí nunca si no fuera porque un olor a café y tostadas me llama, haciendo que mis tripas decidan levantarse de la cama por mi.
No hablo, no habla. Me levanto de la cama, me pongo la camiseta más ancha que tengo y en bragas me muevo hasta la mesa de la cocina, justo en el centro de ésta, donde se sitúa el tostador y la cafetera, además de una tabla para cortar y unos cuantos cuchillos. Es una especie de loft bastante bien cuidado por sus padres, paredes blancas y muebles negros o en su defecto verdes, salón, cocina y habitación todo junto, pero no mezclado, al fondo justo en frente de la entrada hay unas escaleras de caracol metálicas que dan a una enorme azotea desde donde se ven todas las estrellas.
Quizá su compañía me gusta tanto por el respeto que tiene hacia mi espacio, sabe que soy distante cuando quiero, a veces no me puedo levantar de su regazo ni dejar de darle besos, hay momentos en los que prefiero callar, otros en los que no paro de hablar, a lo mejor me pilla en un mal día y le respondo con algo cortante o dañino, o quizá le sonrío con todo el amor que puedo ofrecerle. Así soy, y él lo sabe, por eso me deja libre. No suelo escaparme demasiado, con otras personas he llegado a desaparecer un mes entero, pero aquí me siento bien, subo a pintar o voy al pueblo a tomar algo, a veces con él y otras sola.
Termino mi desayuno, me dirijo hacia su espalda desnuda y le doy un beso en la nuca, abrazándole por detrás, no veo como sonríe pero sé que lo hace igual que yo. Le muerdo en la oreja a sabiendas de que notará que es una pequeña venganza por sus besos en el cuello, él se gira y yo salgo corriendo hasta la cama, cuando me giro para ver donde está, se abalanza sobre mi y me tira suavemente sobre ella, yo río y él me besa.
Y así seguimos toda la mañana, casi sin hablar, porque hoy no es un día de grandes palabras, sino de mejores gestos.

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